Según cifras de la Asamblea Federal de Trabajadores del Tango (AFTT), la actividad daba trabajo a unas 7 mil personas en todo el país. Entre 2020 y 2021 cerraron definitivamente unas 40 milongas de un total de 200 en la capital argentina. Antes de la pandemia, había unos 40 emprendimientos de calzado e indumentaria de tango y ahora sobreviven una docena.
Por Débora Rey
BUENOS AIRES (AP) — En el inmenso salón de baile situado en un subsuelo, varias mesas están apiladas y decenas de sillas desparramadas. Sobre el escenario de la orquesta, un piano cerrado es escoltado por una escalera de madera, varios parlantes desenchufados y celebridades del tango inmóviles en gigantografías en blanco y negro.
En la penumbra resalta una mesa con mantel negro y rojo con dos sillas preparada para comensales a los que espera desde hace 15 meses.
La Viruta Tango Club —una de las más tradicionales milongas de Buenos Aires, que convocaba a cientos de tangueros a su pista entre miércoles y domingo— está cerrada desde el 8 de marzo de 2020, pocos días antes que la Organización Mundial de la Salud decretara la pandemia de coronavirus y que el gobierno local ordenara una estricta cuarentena.
La pista vacía y en penumbras es un símbolo de la crisis inédita que amenaza la subsistencia de bailarines, músicos y milongas en Argentina luego que el tango quedara confinado a la virtualidad por el riesgo sanitario que conlleva un baile de cuerpos pegados e intercambio de parejas.
Al ritmo de la segunda ola, el país sudamericano acumula cuatro millones de contagiados y más de 85 mil muertos, por lo cual continúan suspendidas la mayoría de las actividades recreativas y culturales en espacios cerrados.
“Los que vivimos del tango, la autoestima está por el piso”, comentó Horacio Godoy, bailarín, historiador y uno de los organizadores de La Viruta mientras recorre el salón de baile que recreaba la atmósfera de los años 40, cuando surgieron las primeras milongas como entretenimiento de las clases populares. “Estamos emocionalmente quebrados, estamos más quebrados emocionalmente que económicamente. Y económicamente estamos re-contra quebrados”.
Igual de perjudicial para el rubro ha sido el cierre de fronteras, todavía vigente, que impide la llegada de turistas, la principal fuente de financiamiento para la industria local del tango. Las giras por el exterior también fueron canceladas.
Horacio, quien sobrevive con clases virtuales de tango que dicta a extranjeros, dijo que la ayuda que reciben de la alcaldía por la emergencia sanitaria no alcanza para costear los gastos de la pista de baile y que de los 18 empleados de la milonga sólo tres mantuvieron el empleo.
“La ciudad de Buenos Aires no tiene una oferta de historia como la que puede tener Roma, París. No tiene oferta de playas como puede ser el Caribe. No tiene oferta gastronómica como puede ser Italia, no tiene las cataratas ni los glaciares. La ciudad de Buenos Aires tiene tango”, remarcó.
Según cifras de la Asamblea Federal de Trabajadores del Tango (AFTT), la actividad daba trabajo a unas 7 mil personas en todo el país. Entre 2020 y 2021 cerraron definitivamente unas 40 milongas de un total de 200 en la capital argentina. Antes de la pandemia, había unos 40 emprendimientos de calzado e indumentaria de tango y ahora sobreviven una docena, dijo la organización.
Aunque es un símbolo de la cultura argentina, no hay un subsidio específico para el tango.
“Los trabajadores del tango sufren una precariedad laboral permanente y muy anterior a la pandemia”, explicó Diego Benbassat, músico de la orquesta “Misteriosa Buenos Aires” y portavoz de la Asamblea Federal de Trabajadores del Tango (AFTT). “Nunca hubo políticas públicas pensadas para el tango, por eso somos tan vulnerables en este contexto”.
Mora Godoy pasó de enseñarle a bailar el tango a Barack Obama y recibir aplausos de pie por sus actuaciones en los más prestigiosos escenarios internacionales a cerrar su escuela de baile por falta de alumnos, pedir un crédito y tocar la puerta de ministros para que los tangueros no queden librados a la suerte durante la pandemia.
“Iba en un Boing a 600, 500 kilómetros por hora y de repente nos frenó un paredón. 419 shows hice con mi compañía de tango en el 2019. Habíamos hecho más de 100 en el 2020 a la hora que se cerró todo y comenzó esta locura, esta tristeza, esta tragedia mundial”, describió la famosa bailarina.
Un rincón de su apartamento está decorado con imágenes de los bailes que marcaron su vida antes de la pandemia. Una de las favoritas: Obama apoyando la mano sobre su espalda descubierta dando pasos al compás de “Por una cabeza” de Carlos Gardel en 2016, durante una visita oficial del entonces presidente estadounidense a la Argentina.
“Es muy doloroso no poder estar bailándolo, pero más doloroso es que no te escuchen, ver lo que está pasando con tus compañeros… Hay chicos trabajando en Uber, trabajando en taxis, hay chicos que pusieron verdulerías, hay chicos que no tienen para comer y están desesperados”, denunció la artista.
La celebridad tanguera apuntó contra el Estado por su falta de respaldo al sector, pero también contra los dueños de las casas de tango “que habían ganado mucho dinero estos años en dólares» que cobraban a los turistas y ahora le dan la espalda a los bailarines que piden ayuda.
“Flores Negras”, un tango compuesto por Francisco De Caro en los años 20, es el nombre que eligió el bandoneonista y bailarín Nicolás Ponce para el negocio de venta de plantas que abrió en plena pandemia. “Todo se congeló”, describió al referirse a las milongas que organizaba los miércoles; en las que pasaba música y enseñaba a bailar. También formaba parte de un dúo de guitarra y bandoneón que tocaba en vivo.
La esencia del tango, según él, es lo que hace tan difícil practicarlo en el actual contexto. “Un poco el éxito del tango es la corporalidad, el hecho de abrazarse. En la vida uno no anda abrazándose con todos, menos ahora. Esa sensación de abrazo es lo que destaca al tango de otras danzas”.
La nostalgia por ese abrazo hace que muchos tangueros desafíen las restricciones con milongas clandestinas en lugares cerrados o espacios públicos.
Un sábado reciente una decena de parejas se juntaron a bailar en el Obelisco, emblemático monumento en el centro de Buenos Aires, algunos incluso sin barbijo. “El tango al aire libre es salud, lo peligroso es la quietud”, decía un cartel que pegó sobre la vereda la profesora de baile Luciana Fuentes.
Vestida con una boina gris, pantalones de jean y zapatos de baile con taco alto, Fuentes se dejaba llevar por su pareja de baile casual al ritmo de la música que salía de un parlante.
“No solo tenemos al COVID, yo tengo miedo a que mis músculos un día se olviden de bailar. Lo hago sola con una escoba todos los días en mi casa”, relató con la voz quebrada. “No soy anti-cuarentena, no pienso que el COVID no existe, tomo mis medidas de precaución, pero no voy a dejar de abrazarme, no voy a dejar de bailar tango en el espacio público”.
En la Viruta, Horacio medita unos minutos sobre qué tango describe lo que está pasando: “Yira, yira” (dar vueltas), de Enrique Santos Discépolo. “Verás que todo es mentira, Verás que nada es amor, Que al mundo nada le importa yira, yira”, recitó.
“Lo que hay es indiferencia, creo resume la pandemia. Uno sale de este subsuelo y el mundo gira. Uno entra a este subsuelo y el mundo acá no está ‘yirando’”, concluyó.